martes, 4 de marzo de 2008

Imre Lakatos y el farsacionismo metodológico.

La filosofía de la ciencia en el siglo XX se ha constituido en una actividad profesional cuya principal preocupación ha sido el problema del cambio científico. Inherente a este problema se encuentra el no menos importante problema de la evaluación de teorías científicas. ¿Hay algo así como un cambio científico? ¿existe progreso en la ciencia? En caso tal, ¿es susceptible de una teoría de la racionalidad científica?
Tres tradiciones de pensamiento pueden identificarse dentro de la actual filosofía de la ciencia las cuales ofrecen diversas respuestas a estas preguntas. El Escepticismo, que concibe las teorías científicas como una más de las muchas creencias, tradiciones e ideologías que conforman el ámbito de la cultura. Para este escepticismo, manifiesto en la forma de un «relativismo cultural», la ciencia no posée una preminencia epistemológica sobre las otras creencias culturales; si lo hace, es sólo por la fuerza de su influjo ideológico. De todas maneras, aunque es factible reconocer cambios al interior de los distintos sistemas de creencias, no hay nada como un progreso. El escepticismo rechaza, no sólo la posibilidad de dar solución al problema de la evaluación de las teorías científicas, sino que, ante todo, lo considera un problema inútil, al menos en tanto que problema central para una sociedad libre. El más sobresaliente defensor de esta tesis es, hoy en día, Paul K. Feyerabend.
Otra tradición de pensamiento filosófico-científico la constituyen aquellos filósofos de corte racionalista que se resisten a concebir la ciencia como una actividad corriente y cuya preocupación fundamental consiste en elaborar un criterio de carácter universal, y con ello racional y necesario, con base en el cual sea factible, en efecto, una evaluación racional de las teorías científicas tal que nos permita reconstruír así mismo la historia de la ciencia mostrándonos su naturaleza progresiva. A tal tradición, cuya confianza en la racionalidad de la dinámica científica ha impulsado a formular desde el colapso del pensamiento justificacionista, una después de otra, las diversas teorías de la racionalidad científica, podemos denominarla como "Demarcacionismo". En esta tradición podemos ubicar los pensamientos de Popper y de Lakatos.
Por último, la tercera tradición de pensamiento filosófico-científico es el llamado ‘Elitismo’. A la luz de esta doctrina, es evidente que la ciencia es una actividad susceptible de progreso. En consecuencia, no niega el que sea posible distinguir entre lo científico y lo no-científico. No obstante la admisión de la índole progresiva de la ciencia, los elitistas -Kuhn, en especial- niegan la existencia de cualquier normatividad (legalidad) que pudiese servir al propósito de evaluar bien el progreso, bien el retroceso de alguna teoría científica, de algún paradigma. Los elitistas lo son, precisamente, porque someten todo juicio acerca de la ciencia al arbitrio de cerradas comunidades científicas y académicas, rechazando la jurisprudencia de la lógica de la investigación y sofocando todo conato de interferencia que pudiese provenir de los legos, esdecir, en términos del mencionado escepticismo, de una sociedad que aspira a extender sus estándares democráticos a la investigación, y mejor, al «descubrimiento».

Este trabajo se limita al ‘demarcacionismo’. Por tanto, hace sólo referencia a Popper y a Lakatos. No obstante, y sin entrar en detalles, es preciso anotar que éste supone el debate entre Popper y Kuhn en torno a la racionalidad o la irracionalidad del cambio científico. Lakatos afirma la voluntad popperiana de vencer el irracionalismo y se ocupa en mostrar que una lectura más cuidada de la obra de Popper, conduce inexorablemente a avanzar respecto del falsacionismo en una dirección que, por ningún motivo, arriba al más mínimo irracionalismo, sino que, todo lo contrario, permite elaborar criterios más sofisticados para aceptar y rechazar racionalmente aquello que hemos decidido considerar como «científico».
En primer lugar, haremos referencia al falsacionismo metodológico, el cual, luego de ubicarlo problemáticamente con respecto al ‘naturalismo’, trataremos en sus dos vertientes principales, a saber: el falsacionismo ingenuo y el sofisticado.


El falsacionismo metodológico:

El derrumbamiento del «justificacionismo» significó, para la filosofía de la ciencia, una vuelta al escepticismo. Si la ciencia teórica era «indefinible a base de términos observacionales y no susceptible de prueba a base de enunciados observacionales»entonces, la ciencia teórica no era más que «sofistería e ilusión» y, por ende, el conocimiento científico era una empresa imposible e inútil. No obstante, tan severa conclusión fue de inmediato rechazada por los así llamados neojustificacionistas, quienes respondieron a los escépticos elaborando la teoría probabilista de la ciencia. Si bien era verdad que ninguna teoría científica podía ser probada, era igualmente verdad que las teorías tenían un grado de probabilidad. Pero muy pronto resultó que, dado el número infinito de casos posibles respecto del número en extremo limitado de casos reales, la probabilidad de toda teoría era cero.
En este estado de cosas, hace aparición el llamado «falsacionismo dogmático (o naturalista)».
«El falsacionismo dogmático admite la falibilidad de todas las teorías científicas sin cualificaciones, pero retiene una clase de base empírica infalible. Es estrictamente empirista sin ser inductivista; niega que la certeza de la base empírica pueda se transmitida a las teorias»

Así, el falsacionismo dogmático aceptando que ninguna teoría científica es justificable, pues todas son por igual indemostrables e improbables, afirma que todas ellas son ‘conjeturales’ y que si bien no se puede demostrar su verdad, si se puede demostrar su falsedad mediante una base empírica infalible. No obstante, los supuestos sobre los que se asienta y su criterio de demarcación, hacen del falsacionismo dogmático una respuesta insostenible. En primer lugar, porque, como lo vió Popper, toda observación involucra expectativas; en segundo lugar, porque de ninguna proposición fáctica es posible establecer su valor de verdad de manera concluyente, pues si toda observación involucra una cierta «teoría observacional» no es difícil ver el que toda proposición científica es teórica y por tanto irremediablemente falible; por último, el criterio de demarcación del falsacionismo dogmático, según el cual: «sólo son «científicas» las teorías que excluyen ciertos acontecimientos observables y que, por ello, pueden ser refutadas por los hechos.»parece no tener en cuenta que precisamente las teorías tenidas por científicas no prohíben, en verdad, ningún hecho, ningún acontecimiento observable. Aquellas teorías que prohíben un determinado fenómeno observable, lo hacen sólo a condición de que sobre él no influya ningún factor desconocido. Pero estas teorías no son sino teorías que incluyen una cláusula ceteris-paribus, siendo su forma lógica la de una conjunción entre un enunciado fáctico y un enunciado universal de no-existencia: «en tales casos lo que puede ser refutado es una teoría científica con esta cláusula» De esta manera, el falsacionismo dogmático que sólo aceptaba teorías refutables mediante un número finito de observaciones, tendría que eliminar de la ciencia toda teoría probabilista así como toda teoría que incluyera una cláusula ceteris-paribus. Así pues, el resultado del falsacionismo dogmático no es el menos desalentador:
"No sólo son las teorías científicas igualmente incapaces de ser probadas e igualmente improbables, sino que también son igualmente irrefutables".

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